jueves, 29 de marzo de 2007

Babel

El uso de recursos audiovisuales para ayudar al público a entender la forma de contar la historia son efectivos.

Babel (2006) presenta cuatro historias que parecen estar completamente desconectadas, pero que se van entrelazando a través de una serie de eventos imprevistos.

Los protagonistas de cada episodio son personas que, pese a vivir en realidades tan distintas, están conectados por la sensación de estar solos. El director mexicano Alejandro González Iñárritu, en el cierre de su trilogía tras “Amores perros” (2000) y “21 gramos” (2003), se transporta con facilidad por tres continentes, reflejando cómo tanto en México, Marruecos, Japón y Estados Unidos los problemas humanos son los mismos.

La ruptura en la narración de la pelicula obliga a los espectadores a estar concentrados en cada giro, ya que al principio no es clara la relación que hay entre la mujer mexicana, la pareja estadounidense, los niños marroquíes y sobretodo, la joven japonesa sordomuda.

Con recursos como las escenas sin sonido, el espectador se siente en los zapatos de Chieko (Rinko Kikuchi), quien intenta vivir normalmente su juventud pero debe enfrentarse a su limitación y la humillación de la ignorancia de sus pares. Los primeros planos de su rostro frustrado coinciden con el terror de Amelia (Adriana Barraza), la mujer mexicana que arranca por sospecha de secuestro y el sufrimiento de Richard (Brad Pitt) por la salud de Susan (Cate Blanchett).

Los espacios y el tiempo van cambiando de manera brusca, mostrando las reacciones que tienen los distintos personajes frente al dolor, el sufrimiento y principalmente la incomunicación, que se manifiesta tanto entre las culturas como en la relación de pareja.
El tiempo avanza y retrocede sin una lógica aparente. Pero adquiere sentido con las llamadas telefónicas que recibe Amelia, que a lo largo de la película descubrimos son realizadas por Richard desde un hospital en Marruecos.

Las imágenes de Babel son más elocuentes que los diálogos. Los primeros planos exponen a los personajes en sus momentos más bajos; los detalles mínimos como sus gestos faciales permiten augurar lo que va a pasar más que las acciones mismas. Este recurso acerca más al drama. Es directo, sin filtros ni sutilezas y cala más profundo que cualquier diálogo intelectual.
Los escenarios donde se van desarrollando los episodios también hacen quiebres dentro de la continuidad de la cinematografía: los paisajes desérticos de Marruecos se enfrentan al colorido y las luces de Tokio y al ruidoso y rural México.



La banda sonora del ganador del Oscar Gustavo Sanataolalla también se incorpora a los escenarios, apropiándose de los instrumentos y la musicalidad de los distintos países. La música acompaña a cada personaje en sus instantes de dolor y rabia; está impregnada de la emotividad de cada uno de ellos.

La atención del espectador es fundamental para asimilar el paralelismo con que Iñárritu va mostrando las diferentes historias, juega con los colores y los ruidos de cada pais. El director tiene a su favor la maestría con que maneja el hilo conductor de la historia, las interpretaciones de sus actores y la belleza estética que aportan los distintos escenarios que acogen – o rechazan - a los personajes.

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